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La torre lastimada

En 1965 se inauguró en Truchas un monumento singular. Si en la remota Cabrera de entonces apenas era concebible, cincuenta años más tarde sorprende todavía la colosal estatua, figurando la imagen conocida como Corazón de Jesús, sobre ese pedestal de ensueño que es el alto promontorio donde tiene asimismo raíz y asiento el castillo de Peña Ramiro. Es un monumento híbrido, y así, doblemente singular: porque se encontró la mitad ya hecha y porque esa mitad es nada menos que la torre del castillo, basamento en verdad extraordinario. La inauguración fue un año después de la celebración a toda trompeta de los 25 años de paz, como el régimen imperante rotuló ese periodo tras la guerra civil, para difundir sus logros exaltados, al amparo de la rutilante paz del rótulo. Había pasado asimismo un año desde la publicación de Donde las Hurdes se llaman Cabrera y la gran trifulca con el autor a causa del retrato dibujado en sus páginas, considerado ofensivo por las autoridades provinciales.

Ocurrió en fin unos dos años después de un serio informe de situación elaborado sobre el terreno por Cáritas de Astorga a instancias del obispo don Marcelo, que así respaldaba un retrato sociológico semejante al literario del tan denostado Carnicer. El proyecto de monumento había surgido diez años antes, en 1954, pero, al margen de las motivaciones de índole religiosa que lo impulsaron, esas tres cosas gravitan en el acto de inauguración, que finalmente se llevó a cabo el domingo 5 de septiembre a las 5 de la tarde, presidida por el obispo asturicense, acompañado de un nutrido grupo de autoridades eclesiásticas, civiles y también militares. Una multitud de gente de toda Cabrera ocupó el espacio en que se asienta lo que queda del castillo, restos de muros y una pequeña torre, frente a la cual se alzó un altar de piedra, y se derramó hacia la pradera a sus pies.

Dicen las crónicas que todo el día sopló con fuerza el viento, solo una caricia para los siete metros de la estatua, obra del escultor bilbaíno José Larrea, que apoya su tonelaje de hormigón en columnas alzadas por el interior de la torrecita. Allí, pues, en esa protuberancia petrificada en forma de ola gigante vista de perfil, sobre su extremo sur, se yergue adelantada como un mascarón de proa avizorando el valle. Y así es también como parece proclamar, frente a las tres circunstancias que decía al principio, una gloriosa confirmación de la primera y una respuesta a las otras dos, de modo que el gesto de bendición podría interpretarse como ademán de saludo al viajero que se acerca, pero también, y acaso sobre todo, de bienvenida a un tiempo nuevo, por completo diferente del antiguo, puesto a la vista por Carnicer y el informe.

La población del municipio de Truchas que da el informe ascendía a 3.010 habitantes. Por entonces había comenzado la emigración. La población actual del municipio, según el censo oficial, es de 539 habitantes. La realidad impone un número muy inferior, en torno a los 300 habitantes habituales. El gesto de la mano del Cristo era, ay, más bien de despedida.

Después de 50 años ya forma parte del paisaje en la elevación a cuyos pies está el pueblo de Valdavido. Repitamos que se encarama sobre una base tan singular como la pequeña torre del castillo de Peña Ramiro. La periodista Ana Gaitero con ingenio y propiedad absoluta ha nominado Casticristo al híbrido monumento.

Por muchos años que se prolongue su estancia en el paisaje, no hay modo de integrarlo en ese otro territorio sentimental e incierto que es la historia, labrado por las inclemencias de la vida y otras pasiones, del que brotó el castillo. Puede incluso decirse en violenta paradoja que es más bien una blasfemia. La expresión es solo en apariencia irreverente, si blasfemar es maldecir, pero es que su etimología incluye el significado de herir. Ya se sabe el gusto de los tiempos apoteósicos por las proporciones grandiosas. Sin embargo, no necesita Jesús el Cristo sostenerse sobre un símbolo de poderío como es un castillo. Puede haber llegado la ocasión de intentar razonar plantearse proceder a desmontar el literal montaje, de modo que se defiendan cada una por su lado: la escultura de Larrea allí donde luzca solitaria y gigante, y donde siempre estuvo, pero ya no lastimada, la pequeña torre del viejo castillo de Peña Ramiro.


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